viernes, 18 de diciembre de 2009

Con la barretina en todo lo alto


Es triste 'resucitar' un blog del silencio para que quede por escrito que hoy, 18 de diciembre, el Parlamento Catalán ha aprobado el primer paso para prohibir las corridas de toros en aquella Comunidad Autónoma, parte de España, de este país que parece que a algunos les da vergüenza nombrar.

Es triste que un Gobierno, mi Gobierno, el que yo voté (sí, también habemos taurinos progresistas, de izquierdas, plurales, tolerantes e hijos de la libertad) sea cómplice con su ambigüedad de una prohibición promovida por una minoría, conscientes de que el toreo por sí mismo jamás será extinguido. De que siempre habrá un niño que tome un trapo entre sus manos a modo de capote y cite en corto y por derecho a otro niño, que simulará dos astas con sus deditos empitonados al cielo y embestirá humillando la espalda, acometiendo con nobleza e inocencia, perpetuando el rito, casi sagrado, la danza mágica, el instante eterno.

No es indignación, siquiera. Mi profundo respeto hacia lo que piensan quienes no piensan como yo me lleva a contenerme incluso en un día como hoy, donde me vence la impotencia por los miles de argumentos insostenibles que he escuchado en los últimos días, por las etiquetas, por los tópicos, por querer reducir a intereses partidistas algo que es universal.

Es tristeza. Tristeza y decepción, porque en un país que presume de demócrata se cercena la libertad de miles de ciudadanos, que no son libres para elegir si quieren o no quieren ir a una plaza de toros. Tristeza, porque en este país donde conocemos casos aberrantes de corruptela política, empresarial y moral bajo la más absoluta impunidad, se demoniza a los taurinos como si fuesen apestados.

Triste porque mientras se permite libertad de voto con la cuestión taurina sobre la mesa, hace dos días se imponía la disciplina de partido para una cuestión mucho más compleja, moral y legalmente, como es el derecho a decidir sobre la vida y sobre la no vida. Y no pasa nada, aquí pasamos todos por el aro, por el silencio cómplice de los borregos.

Es tristeza, pura y dura. Porque los toros comenzaron a ser abolidos hace mucho tiempo de la mano de los medios de comunicación, que cómplices y silenciosos han herido de muerte la tauromaquia difamando, desinformando, llenando de mierda algo tan puro en su esencia. Los toros comenzaron a desaparecer en los gestos tibios de los políticos que tiran la piedra y esconden la mano, que se fotografían en la barrera y guardan silencio en las tribunas públicas. Los toros comenzaron a ser abolidos cuando los taurinos dejaron de defender este arte para perderse en mirarse el ombligo y eligieron despedazarse entre ellos en vez de consolidar un frente común que asegurase la pervivencia de la fiesta.

Es triste, porque hemos asistido a gestos valientes e impagables, como el de José Tomás, que quiso ser catalán de corazón, catalán erigido en vertical sobre el albero de Barcelona y puso en pie a La Monumental; como Serafín Marín, que elevó una barretina a la montera soñada, perfecta, sobre la cabeza de un torero catalán. Un torero a quien en unos meses le prohibirán ejercer su profesión en su tierra, la misma que presume de progresismo y libertades y desoye los ecos del pasado, tanta cultura, tanta poesía, tanta belleza, tanta vida.

Es triste, porque el futuro queda a merced de unos cuantos que hacen el juego político a su medida, que tergiversan la realidad al color de sus cristales, que no miran más allá de las fronteras nacionalistas que empequeñecen hasta el infinito la identidad de su pueblo, que dividen y enfrentan realidades que siempre fueron de la mano.

Es triste, porque todo esto sucede en un país, el nuestro, donde no hay miles de gargantas que alcen la voz contra la miseria de los pueblos; donde no exigen por miles condonar la deuda de los países pobres; donde no salen a las calles por miles a reclamar paz y pan para los pueblos oprimidos, para los pueblos en guerra, para los que mueren sin techo o con la piel pegada a los huesos de hambre en estado puro.

En cualquier caso, yo hoy, en vez de despotricar contra aquellos que no ven más allá de la montaña de Montserrat, me pongo la barretina por montera, como un día lo hizo el torero de Cataluña, en señal de respeto a todos aquellos que, sintiéndose catalanes, no podrán pisar una plaza de toros nunca más.

Sin insultos, sin más argumentación que la profunda tristeza que me invade, esta entrada va por ellos. Con la barretina en todo lo alto, ondeando como una bandera vencida bajo los malos vientos.