sábado, 20 de febrero de 2010

Aquí, Antonio, entre los tuyos

(Recordando a Antonio Crespo Neches, mi querido Totó)


Dicen que Dios está en todas las plazas, tarde tras tarde, sol y moscas. A ese Dios aprendimos a rezarle desde niños, a escribirlo en mayúscula, a venerarlo en los altares, abrazando desde la Cruz o andando sobre la mar.

Pero conocemos otros dioses escritos en minúscula, sin más paraíso que una mesa de operaciones, la ciencia y la paciencia, parapetados en el burladero donde destaca la palabra ‘Médicos’, blanco sobre rojo, como la sábana a la sangre. Dioses de bata verde que suturan contra reloj las carnes castigadas por el asta de toro; dioses de guantes de látex que recomponen a los toreros cuando dejan de ser héroes y se convierten en hombres sin seda ni oro, carne y hueso, músculo y tejidos, agua y sudor, mapamundi de dolores sobre el hule.

Aquí, Antonio, en las entrañas de esta Zamora que te regaló la luz primera, el invierno viene con soplo gélido, anunciando a pesar de todo nuevas primaveras que despierten a las reses de las largas noches, de la soledad de las encinas, de las madrugadas de hielo y los cielos grises. Aquí, en Zamora, pronto vendrá el tiempo de Pasión y después la vida, completando el ciclo de las lunas, el calendario impreso sobre la piel, el credo según nuestra tierra que le enseñaste a los tuyos en la casona de la Rúa.

El silencio de las plazas pronto será el murmullo de nuevas tardes, de clarines proclamando al aire la verdad del hombre frente al toro, la ofrenda del pecho, del vientre, de la propia vida, esculpiendo belleza efímera sobre la arena. Y Dios descenderá de nuevo a las manos de quienes sobrevoláis sobre la tragedia, suavizando el dolor como banderas de esperanza.

Así lo aprendiste tú de tus mayores y así se lo transmitiste a los que vinieron después con tu impagable cátedra al pie de la herida. Así lo supieron quienes pusieron su vida en tus manos y los que no precisaron de tus servicios pero se sentían más seguros si estabas cerca; los que escriben su nombre en letras grandes y los que se ganan contratos a mordiscos. Así lo supimos quienes te admiramos desde la barrera y en las largas charlas de tu salón, los hielos danzando en el vaso; los que aprendimos a respetarte por la dignidad de tu presencia en las enfermerías y en los callejones; los que tuvimos la suerte inmensa de compartirte hasta que diciembre vino a cerrarte los ojos para que descansaras de tanta sabiduría, de cientos de cicatrices, cientos de tardes en que el peligro quedó en un simple surco sobre la piel mientras una UVI móvil salía camino del hospital.

Aquí, Antonio, en esta Zamora que ya te abraza siempre, pronto sonará convocando a la madrugada el ‘Merlú’, cambio de tercio de la vida a lo eterno, del Madrid bullicioso al Duero manso. Aquí, en Zamora, tu cuna y tu sábana, pronto los hombres elevarán cruces como banderillas contra el alba, vistiendo la túnica de laval desteñida en grises, que es el traje de luces que quisiste llevarte al otro lado de la vida, cumpliendo así el último paseíllo desde tu casa a San Atilano eterno, pañuelo blanco al cuello, boina negra por montera y garrapiñadas por aceros al despuntar el día.

Aquí, Antonio, en esta Zamora que quita y da a partes iguales, hoy vamos a recordarte desde los tuyos. Por esas pasiones que nos unen. Porque Zamora en tu boca sonaba a casa, al retorno de quien nunca termina de marcharse. Porque pronunciaste su nombre en todos los momentos, como quien despierta a una novia rondando bajo el balcón, como quien repite una letanía para que nunca se olvide su cadencia de tres sílabas.

Gracias, Antonio, por tu dignidad, por tu ejemplo, por tu vida.

(Columna publicada en La Voz de Zamora el 19 de febrero, el día en que para celebrar la vida de Antonio contamos con la impagable presencia en nuestra ciudad dormida del gran Rafael de Paula, mi Rafaé; el maestro Andrés Vázquez y el maestro Víctor Mendes)

jueves, 4 de febrero de 2010

El valor del gesto


Vivo en una tierra cincelada en la piedra donde los días se suceden con pereza, como si fuesen plomo las hojas del calendario. Una tierra dormida, como si el tiempo no quisiera espolear su sueño con banderillas de castigo para ponerla en pie y hacerla caminar con otro compás.

Aquí, en esta tierra silente y mansa donde sólo protesta el Duero en tiempo de crecidas, cobra valor añadido el gesto, rebelarse, abrir las puertas y orear la sábana de la desidia. Aquí, en esta tierra donde nunca pasa nada, un grupo de chiflados le ha dado alas a su pasión, la nuestra, y ha creado un punto de encuentro para mantener, fomentar y dar a conocer la fiesta, cuando corren malos tiempos para el arte de la tauromaquia.

El valor del gesto reside en su ilusión, en su tesón, en su impecable afición, en su ausencia de vanidad, en el trabajo silencioso, en el apoyo que intentan recabar de despacho en despacho, de puerta en puerta, sin figurar, sin obligar, sin imponer. Amor, sólo amor, es lo que les mueve. Y son como un soplo de aire fresco entre tanta cátedra rancia, entre tanto entendido de quita y pon, caspa y soberbia.

El valor del gesto reside en sus pasitos cortos y por derecho. En esos 'Toros sin barreras', que no desde la barrera. En ese 'Aula de Afición' que dará mañana su primer paso de la mano de Javier Gómez Pascual, hombre de plata, plata de ley, amigo de veinticuatro kilates, torero cabal, de una sola pieza. No saldrá de ahí ningún torero más que el que llegue con el alma empapada de satisfacción por cimbrear su cintura al compás del capote de salón. De esta escuela no saldrá ningún triunfador de ferias, porque cada cual lidia ya la feria de su vida y arranca a mordiscos el tiempo para poder pegar un pase que sirva de puente entre la rutina de los diarios y el milagro del viernes prendido en la esclavina.

Para que no haya ni un sólo aficionado que se quede con ganas de acariciar la seda y mecerla en los vientos, soñando faenas imposibles, toros humillando y acometiendo, la rosa de los vientos bajo el traje de lo cotidiano. Para que ni un sólo aficionado deje en blanco su faena de muleta frente al toro de los deseos, que siempre es de indulto, que siempre vuelve a la dehesa para ser lidiado en nuevas plazas donde ondee la bandera de los que desean. Para que el suelo del pabellón de un colegio sea albero prensado, albero sin sangre ni boca de riego donde poner a secar los sueños.

Para que todos seamos como esos niños que juegan despreocupados por las calles de cada pueblo cuando llega el verano, manteniendo viva la llama, el signo, el gesto de que el toreo es algo vivo, siempre latiendo en el lado izquierdo del pecho.

(Para los soñadores del Foro Taurino de Zamora, porque sois como una bandera verde ondeando en tiempos de guerra. La foto, magistral como siempre, es de Juan Pelegrín)