domingo, 19 de mayo de 2013

Un torero de espaldas


No he querido leer nada sobre lo escrito en la tarde de ayer. Sólo mi memoria y mis tripas.

La tarde de ayer. La tarde de Talavante y de los Victorinos. La de las Ventas a reventar. La de las decepciones y los silencios. La de las ilusiones rotas. La de la soledad inmensa del que apuesta a cara y sale con la Cruz a cuestas por un víacrucis de albero ante veintitantas mil almas quebradas, jaleando. Crucifícale.

Sólo he entrado de puntillas en el blog de Juan Pelegrín a mangar una foto que resume lo que fue la tarde, con un toro yéndose, medio toro en la foto, y un torero de espaldas, impotente, desbordado.De espaldas, como si nada hubiese venido de cara en la tarde del ventarrón y el frío.

No hubo buenos ni malos. Ni toros. Ni torero. Ni tienen razón esos que parece que se alegran de que la tarde fuese en picado. Ni los que tapan lo que ni el propio torero pudo o supo tapar. Un torero al que respeto hoy igual que ayer.

Hoy, supongo que roto por dentro, como se rompen los que se embarcan en una apuesta tan cara como la misma vida y no pierden la vida pero pierden el todo o nada contra toros que no fueron los toros que se esperaban. Roto como el que pierde la apuesta contra el espejo, que es la apuesta más jodida, a solas con uno mismo.





Tendido de sombra y gintonic en un bar de Ledesma. Tendido abarrotado de gentes del campo, sin esnobismos, con callos en las manos y muchos años a las espaldas. Gente curtida junto a las dehesas, mamando toros, viendo toros, conviviendo con los toros. Gentes que guardaban un silencio reverencial ante la pantalla de plasma como si estuviese el Papa impartiendo la Urbi et Orbi desde el balcón de San Pedro.

Silencio. Respeto. Y de cuando en cuando el murmullo en la mesa de al lado: ese toro no parece de Victorino; este no sabe por dónde meterle mano; si este toro no fuese de Victorino quemaban Madrid; éste no estaba preparado para una encerrona así. Y otra vez el silencio. Y el calor del carajillo.

Silencio. Ese silencio de quienes esperan y se van para casa con las ganas. Y el triunfo claro de quien se embolsa unos tendidos llenos de gente y vaciándose de alma. Glin, glin, glin, haciendo caja. Otra encerrona de poca gloria, poca chicha, poco oficio ante unos cárdenos que tampoco le hicieron los honores a su estirpe. Ni el aire ni puñetas. La tarde también estuvo de espaldas.

Otros hicieron la gesta más curtidos, más toreros, más veteranos. Ruiz Miguel, Andrés Vázquez, Capea...que tantas veces se mancharon la seda de sangre propia. Que tantas veces se hicieron inmensos ante la cara del toro. De cualquier toro. Maestros.

No seré quien haga leña. Nunca ante un tío que se pone frente a un toro. Ni antes ni después. Talavante sigue siendo ese torero que apostó fuerte, que no vio el precipicio que también podía ser esa apuesta a fondo perdido si las cosas no rodaban, que a la postre salvaba un mediocre abono de Madrid.

Talavante sigue siendo ese torero del siglo XXI que sacó el toro de la caspa con un anuncio que obligó a hablar de toros a televisiones y medios que silencian a los toros. Talavante sigue siendo uno de los poquitos que tiene claro que hay que abrir la puerta del toreo a las nuevas generaciones, a los nuevos tiempos.

Talavante sigue siendo ese torero que dibujó naturales eternos en Zaragoza, improvisando como un músico sin partituras, deslumbrando. Ese torero que apostó contra sí mismo y perdió contra el espejo, aunque mañana seguirá toreando y creciendo. Madurando. No me cabe la menor duda.

Desde aquí mi respeto y mi admiración por la gesta, por el gesto, para un torero con el alma rota que hoy andará recomponiendo, a golpes de memoria, qué se hizo mal. Por qué no salió bien.

Hubiese sido maravilloso sacarlo a hombros. Aplaudir a los toros por su bravura. Reventar de emoción Las Ventas, mostrarle al mundo la grandeza del toreo.

Ayer, en el fondo, todos perdimos. Menos los empresarios. Glin, glin, glin.

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