domingo, 24 de agosto de 2014

Hoy torea Diego Urdiales

Me gusta tanto escribir de toros que por eso apenas escribo y vivo en este exilio permanente que me hace volver de cuando en vez a rescatar emociones que parecen dormidas y de pronto resucitan y te obligan a hilvanar letras y sentimientos.

Escribo ahora como con hambre de escribir mientras Diego Urdiales reposa en el silencio de su habitación macerando su toreo puro y hondo y el traje de torero le espera en la silla para ajustarse a las carnes, el corazón prieto, la seda. Cierro los ojos e imagino la caricia húmeda y gris de Bilbao al otro lado de la ventana, el albero oscuro esperando a quien tantas lecciones de tauromaquia ha dictado en esa arena, el latido bravo de los de Victorino que aguardan en chiqueros la gloria de la muerte.

Me gusta tanto escribir de toros que apenas escribo y vivo en este exilio que rompo de cuando en vez por si asomándome tomo impulso y rompo este hastío, esta pereza, este más de lo mismo, esta vagancia, esta sensación de que quienes vemos y vivimos los toros como yo nunca tendremos sitio ni falta que nos hace, porque me gusta tanto escribir de toros que apenas escribo.

Pero hoy torea Diego Urdiales en Bilbao y me siento frente al ordenador, desordeno las miles de palabras que me gustaría escribir, mato esta espera impaciente como quien aguarda que pase algo excepcional, un milagro que le devuelva la vida, el pulso, un terremoto en el estómago, las ganas de escribir, de abrir la ventana y mirar con los ojos ávidos de quien contempla las cosas por primera vez.

Hoy torea Diego Urdiales, ese torero pequeñajo tan grande, tan inabarcable, tan de verdad. Ese torero que crece hasta lo infinito cuando se pone frente a un toro, sin trampas, sin barroquismos, y hace un alarde de cabeza y corazón, de técnica y gusto, de pureza y emoción a raudales. El mismo que no tiene sitio en ferias porque no tiene tragaderas, porque se reivindica dentro y fuera del ruedo con vergüenza torera en la plaza y dignidad en la vida y en los despachos.

Diego Urdiales, ese chico de Arnedo que tiene un concepto, una pureza y una hondura al alcalce de un puñado de privilegiados. Ese chico de Arnedo que deberían estudiar casi como una biblia los que de verdad quieran ser algo en esto, los que de verdad quieran desentrañar los secretos, los misterios del toreo. Ese chico que no mendiga contratos ni sirve de cromo a los que mandan en esto.

Me gusta tanto escribir de toros que por eso apenas escribo. Pero hoy torea Diego Urdiales y necesitaba recordármelo mientras corre el tiempo y dejo todo lo que soy, lo que espero, cosido a la arena de Bilbao, que hoy barrunta toreo de cante hondo en la voz desgarradora y hermosa de este torero pequeño tan increíblemente grande.

Bilbao espera ya cárdeno y azul en la tarde última. En la silla, el traje de torero levita sobre el tiempo, ajusta las carnes, el corazón prieto.

Diego Urdiales, torero, se viste de torero.


(La foto, de Justo Rodríguez, está tomada de la página web del torero)
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sábado, 31 de mayo de 2014

Abellán, sangre y plata


De blanco y plata. Impoluto. Blanco y plata como tantas tardes blancas y plata. Así, blanco y plata, y después una tromba de fiereza sin concierto, el airón a la contra, el pitón buscando la carne, el pisotón en un riñón ya herido sin memoria de quirófano, el catéter silenciado, blanco y plata y nada más. Torero.

Sangre y plata en el pecho y el corbatín, y la cintura y los muslos. Sangre en la axila, puntazo; dolor, paliza, la conmoción, el silencio en los tendidos, ese silencio de respeto y acojone cuando un tío se la juega tan de verdad. Y el torero de nuevo en pie regresando a la guerra como quien vuelve al frente donde sólo cabe uno.

Miguel Abellán ahí, manchado de sangre, empapado del orgullo de quien quiere desandar los pasos hasta volver a rozar el cielo de Madrid, recuperar el chasquido de la gloria entre los dientes. Manchado de sangre pero impecable, creciendo, sosteniendo en su blanco y plata, sangre y plata, veinte mil almas que se pusieron en pie; tapando veinte mil bocas sin más danza que esa angustia que te mordisquea el estómago cuando el torero herido se levanta como un héroe de la mitología antigua, más allá de la razón, más allá de la naturaleza, más cerca de los dioses que de la carne y la tierra. Blanco y plata, y sangre y ofrenda.

Sangre y plata en el pecho, a pecho descubierto. La cara ensangrentada, la mirada perdida, la voluntad en el hoyuelo del mentón. La espalda tan blanca, blanca y plata, porque los toreros se echan la vida a la espalda cuando salen a la plaza y ahí, en la espalda, es tan liviana que no pesa y la pueden perder en el instante, olvidarla entre las astas de un toro, dejarla escapar por un boquete sin pedir permiso.

Así, blanco y plata, sangre y plata, del albero a la enfermería y de la enfermería al albero, contra todo pronóstico, torero mayúsculo, macho, crecido, haciendo verdad el prodigio del toreo cuando sale de las tripas. Oreja heróica y después el abandono de un cuerpo sin aliento, un hombre roto vestido de torero épico.

Blanco y plata, Miguel Abellán. Con el torso ensangrentado y la vida a las espaldas en la tarde en que Madrid se hizo bienaventuranza de toreros que se reivindican sin escatimar un centímetro de cuerpo frente a los pitones de las bestias. Tres tíos con dos cojones, dicho en cristiano.

Abellán, blanco y plata, salía empapado en sangre, dolorido. El tributo del héroe. Yo lo ví más blanco y plata que nunca, impecable, pañuelo con el que limpiar tanta mentira, tanta trampa.

Blanco y plata como el libro sin escribir de quien recupera su pasado y conjuga el futuro en todos sus tiempos, sangre y triunfo, el toreo sin tiempo.



(Contra la madrugada, a las 3.37 horas, mientras esto escribo, Miguel Abellán se encuentra en una UCI tras su paso épico por Las Ventas. La foto sangre y plata es de Álvaro Marcos, un descubrimiento; la imagen de la vida a las espaldas es del impagable Juan Pelegrín)

jueves, 22 de mayo de 2014

Hoy torea Morante


Me había prometido no escribir nada en San Isidro, seguir en el exilio del toro, la pantalla de plasma y el silencio. Pero hoy torea Morante. Y aunque hubiese incumplido la promesa y hubiese escrito antes -la muerte obliga, la sangre obliga, la dignidad obliga, el corazón manda- hoy hubiese vuelto como quien regresa al lugar donde ha sido feliz para cerrar los ojos y tocar el cielo. Sólo eso. Todo eso: tocar el cielo.

Hoy torea Morante. Y el Fino. Y el Tala. Cartel de reventón para los toros de Montalvo, los de Juan Ignacio, que en la pasada feria de Salamanca derrocharon bravura y clase hasta la emoción, esa que te penetra en los tuétanos y duele, y te corta la respiración y te empapa los ojos aunque no quieras. Esa emoción que se siente cuando un toro galopa, galopa y no se acaba, y no se acaba y repite, y se crece y hace surcos con los hocicos en la arena, tan noble, tan grande, tan bravo, tan dios entre todos los animales de la creación.

Esa emoción que aún siento cuando cierro los ojos, como los cierro ahora y recuerdo aquella tarde de septiembre en esa plaza con nombre de gloria, La Glorieta, mi admirado Javier al lado, vivir y torear, y el gintonic siempre, que no falte, dichoso gintonic, qué culpa tendrá el gintonic de tanto pinturero posturitas y repeinado, si a mí lo que me gusta es que el hielo me rasque la garganta, y primero me arda y luego la alivie mientras me pellizcan el alma desde la arena y se me rompe la voz en oles hacia adentro.

Me había prometido no escribir. Pero hoy torea Morante. Así, de espaldas, con el Fino, tan toreros, hombro con hombro, oro, plata, aire, esencia, como los pilló el ojo mágico de Juan Pelegrín, que tuvo que reventársele la cámara de tanto arte al lado, tanto genio, tanta poesía en las muñecas, en el trazo mágico de los capotes.

Hoy torea Morante. Y aquí estoy otra vez, esperando el milagro, rezando, cerrando los ojos, hilvanando mis latidos en un puro para que se lo fume esta tarde entre toro y toro, reposado, más allá de la tierra y del tiempo.

Hoy torea Morante y el corazón me golpea esperando las siete como una novia espera la hora del casamiento. Hoy torea Morante. Y aquí estoy, esperando como un niño la noche de Reyes, como un cofrade la madrugada del Viernes, como los discípulos la lluvia de fuego, la resurrección de la carne, lo eterno. Creo.

Hoy torea Morante, cosiendo en cada lance miles de corazones, abrazando la tierra, sembrando sueños en la arena, abrochándose el tiempo en la cintura, el mentón hincado, la incógnita, el compás, el verso.

Y aquí estoy, escribiendo, desandando la promesa, rezando sin biblia, esperando, pintando el cielo con los ojos cerrados, tocando el cielo de Madrid con los dedos. Soñando.

Tocando el cielo. Sólo eso. Todo eso. Aquí, esperando. 

Hoy torea Morante.

miércoles, 21 de mayo de 2014

¿Quién nos defiende?


Lo ocurrido ayer en Las Ventas y el fenómeno generado en las redes sociales debe marcar un antes y un después en la actitud y permisividad que hasta ahora hemos tenido los taurinos con determinados jumentos -el título de personas les viene grande- que para defender la vida del animal nos desean la muerte a los profesionales del toreo y a los aficionados.

Ocurría ayer mientras tres hombres, tres toreros, pasaban a la enfermería. Ayer, mientras David Mora estaba atado a la tierra por el invisible hilo que nos cose a la vida, las redes se incendiaron de mensajes de apoyo y admiración. Pero también a la vez, redes sociales y foros se saturaron de mensajes que constituyen un hecho delictivo en toda regla y que atentan contra la libertad, la dignidad y el derecho a la vida.

De todo lo vivido y leído ayer, me quedo con la voz alta, firme y clara de los taurinos, que cuando nos unimos podemos mover el mundo aunque por desgracia siempre andemos a la greña. También me quedo con los no taurinos que no compartiendo nuestra pasión mostraron sus respetos por los toreros que en esos momentos ponían sus vidas en manos de los médicos, ángeles de bata verde que se parapetan tras los burladeros y obran en milagro en los quirófanos.

Soy taurina. La libertad del país en el que vivimos y la ley me amparan para serlo. Soy taurina y no tengo que aguantar que nadie me llame asesina ni hija de puta; como la madre de un torero no tiene que aguantar que deseen la muerte a su hijo los que claman por la vida del toro. Veganos, animalistas y pseudoprogres de postureo a los que habría que meterles mano de alguna forma legal al menos para que cuando vomiten su veneno se lo piensen dos veces. Si se van a investigar las injurias contra la clá política, háganlo también con las que se vierten contra toreros y aficionados, personas de a pie, de forma impune por la red.

De su catadura moral no vamos a hablar, porque quien le desea la muerte a otro ser humano se retrata a sí mismo. Pero es hora de articular algún mecanismo de protección y respeto, de unirnos y exigir a la voz de ya que esto pare con los mecanismos legales que estén a nuestro alcance. Que den un paso al frente los expertos en la materia, que muchos habrá entre los millones de aficionados que somos. Basta ya de escupir mierda, basta ya de que la amenaza quede impune. No podemos consentir más insultos, más injurias, más salvajadas y menos cuando los sentimientos están a flor de piel y la vida de un hombre está en el precipicio.

Desde el respeto a la libertad de manifestación y de pensamiento, no podemos consentir más concentraciones junto a las puertas de las plazas mientras las fuerzas del orden se los rascan a cuatro manos con la desprotección que ello supone para quienes vamos a ellas. No podemos consentir tanto anónimo que atenta contra nuestro derecho a decidir y a ser taurinos.

Somos taurinos, ciudadanos de primera que pagamos nuestros impuestos como los demás, que pagamos por ir a las plazas, que no robamos ni engañamos a la ciudadanía y que además engordamos las arcas del Estado con la segunda actividad económica más importante de España, que para nosotros es mucho más que una cuestión de cifras porque nos corre por las venas y nos hace galopar el corazón.

Somos personas, hombres y mujeres, profesionales del toreo y aficionados. Hombres, personas, con derecho a la vida, muy por encima de los derechos de cualquier animal, y lo dice quien daría su propia vida por cualquiera de los bichitos que conviven en mi casa sin los que mi día a día no sería ni parecido.

Respeto para todos y libertad. Esas son las normas que nos rigen y aquí o jugamos todos o se rompe la baraja. Y si no, que sea el propio Estado, el propio sistema el que disponga de abogados de oficio contra delitos de este tipo, al igual que se ha hecho con la clase política o con las recientes consignas antisemitas. Yo firmo, díganme dónde.

Aquí cabemos todos. Taurinos y no taurinos. Ese es el precio de la libertad y la pluralidad, de la democracia.

Y al que no le guste, que se apee y deje de amenazar, despreciar la vida ajena y dar por culo a los demás.


(Y por testigo pongo este cielo de Madrid sobre Las Ventas captado por la cámara mágica de Juan Pelegrín, donde hoy a las seis los aficionados se concentran por la dignidad y el derecho a ser taurinos. Que nada, nunca, nos haga callar.)

martes, 20 de mayo de 2014

Lágrimas

(Para David Mora, Antonio Nazaré y Saúl Jiménez Fortes, tres héroes del siglo XXI)



Sé que el toreo también es esto: tres toreros en la enfermería cuando sólo han salido por chiqueros dos toros. David Mora, Antonio Nazaré y Saúl Jiménez Fortes están en estos momentos en manos del equipo médico de Madrid. Tres toreros heridos. Tres héroes.

Sé que el toreo es esto, pero ellos a veces lo hacen tan fácil que se nos olvida que son hombres, carne y hueso, tejidos, aunque así, heridos, cobran su auténtica dimensión de héroes. Esa dimensión que con tanta facilidad olvidan los que van de sobrados en el tendido, como un hijo de su madre que le acaba de comentar a una amiga, con el culo pegado al cemento, tan desahogado él, que el segundo, de Los Chospes, se va sin torear. Con tres tíos en la enfermería. Váyase usted a mamarla, mire, así sin contemplaciones.

Sé que el toreo también es esto y también en esto reside su grandeza, cuando la adrenalina se dispara hasta tal punto que duele, que te exprime el corazón como si te lo estuviesen apretando con puño de acero, que te corta la respiración como un hacha, sin compasión.

Sé que el toreo es esto pero no puedo dejar de llorar de emoción, angustia, miedo, admiración, respeto.  No puedo dejar de llorar ante esta grandeza de ofrecerse entero, de ofrecerse en canal sin guardarse nada, ni siquiera la vida. Tres toreros, tres, están ahora en la enfermería. Heridos, pero más cerca de los dioses que de los hombres.

Sé que el toreo es esto pero hoy, por no tener, no tengo siquiera palabras. Sólo lágrimas que empapan el teclado, que se me caen sin querer o queriendo a raudales. Sé que el toreo es esto, pero escribo con los dedos flotando sobre el teclado, con la garganta pegada, con las tripas cosidas porque mi mente aún no asimila tanta verdad, tanta crudeza, esta certeza de que la vida y la muerte residen en el filo del instante, ahí al lado.

Sé que el toreo es esto. Con el corazón en un puño, con los ojos bañados, en caliente, con el corazón galopando aún, sé que el toreo también es esto. Por eso es tan grande y tan incomprensible.

Tres toreros, tres, están ahora mismo en la enfermería. Tres héroes del siglo XXI que me empujan a seguir creyendo en la verdad descarnada de cada tarde, en el milagro, en esta emoción inexplicable, inabarcable que me aprisiona en lágrimas sin orden ni concierto.

Sóis héroes, tan inalcanzables. Y ante vuestra sangre sólo puedo ofreceros mis lágrimas.

Lágrimas que duelen, que no curan, que no borrarán nunca el recuerdo de esta tarde.

Sólo lágrimas.


(pd: Por política del blog y por respeto me niego a subir ninguna foto de un torero herido. Aquí no hay sitio para el morbo, el dolor y la memoria ya los llevamos dentro. Hoy los toros serán noticia.)
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(La foto es de Juan Pelegrín. Las cuadrillas abandonan Las Ventas con los tres matadores en la enfermería. Sin palabras)

Luto por un torero

Que esto no es coña. Que esto no es de mentira, ni tiene trampa. Que los toros, milagros de la cirugía aparte, siguen matando. Que los toros siguen abriendo las carnes, las venas, destrozando corazones. Que aquí no hay trampa ni cartón.

Que los toros llevan la muerte escrita aunque los toreros les miren de frente a los ojos, porque sólo así conocen el camino a la gloria, ese querer ser, ese veneno que a veces cuesta la misma vida, porque es la misma vida lo que ofrece todo aquel que se pone delante. Y así, mirando a la muerte de frente, moría ayer en Méjico Luis Miguel Farfán, veinticuatro años en canal, tanta vida.

Que esto no es coña. Que un tío, un niño apenas, de 24 años ayer entregó sus máximos galones, su propia vida, a la gloria de los toreros eternos. Aquí muchos ni lo conocíamos. Esto es así de duro y de pedregoso. Esta es la sombra, la cruz. Esto es lo que te hace clavar las zapatillas en la arena de la vida. Una plaza de mala muerte, pocos medios, la tragedia sobrevolando, la muerte que siempre espera el momento sin anunciarse, tan en silencio, dos pitones, un tacabazo y el precipicio.

Se llamaba Luis Miguel Farfán. Veinticuatro años. Yo no sabía quién era, pero tengo el alma encogida pensando en ese pecho reventando, en ese boquete por donde escapaba la vida, en esa sangre empapando la arena y la sábana, nublando los sueños, apagando para siempre la sonrisa, la caricia, el futuro; en ese dolor que brota de las entrañas de una madre, en esos trajes seda y oro que ya nunca pasearán por el redondel de los sueños.

Se llamaba Luis Miguel Farfán. Gloria a los toreros eternos.


(Este blog hoy guarda luto por un torero. La ilustración se la he cogido a mi amigo Milinko)

miércoles, 14 de mayo de 2014

Fandiño mira a la vida


Salió por los aires de la puerta grande de Madrid, en volandas, sobre sus sueños. Salió por los aires, encunado, al matar al quinto a cuerpo limpio, ofreciendo todo lo que tenía, la misma vida, resecando las gargantas, apretando los corazones, disparando la adrenalina.

Hoy, cuando todos hablan, debería callar quien tantas veces ha cantado que Iván Fandiño tiene pasta de torero fiero, vertical y con redaños. León Fandiño. Un torero que apostó por la guerra en vez de la paz y que ayer se ofreció entero porque no quería salir a pie una vez más pisando la arena venteña, él que tantas veces ha acariciado con la yema de los dedos la textura del cielo, ese cielo que sólo tocan los toreros cuando Madrid los encumbra y los alza sobre sus hombros.

Tarde épica de toros encastados y torero de casta, de embestidas y gestos, de desprenderse hasta de la propia vida en pos del sueño, del milagro, de la gloria. Sí o sí.

De todas las fotos, de ayer, del héroe sin muleta, de los naturales profundos y los derechazos mandones, de la fuerza que emana por los poros del de Orduña, ese rayo que no cesa; de su ambición, de su querer ser, de su reivindicarse constante, me quedo con esta imagen de Juan Pelegrín. El ladrillo rojo a la espalda, en cielo por techo, el gentío aún encendido, conmocionado. Iván de Orduña tocando lo azul.

Fandiño, a hombros por la puerta grande de Madrid, sonríe a una niña después de mirar a los ojos a la muerte sin pensárselo. La niña toca con su manita al héroe de carne y hueso, un pedacito de historia del toreo en Madrid.

Fandiño, el hombre, se aferra a la vida vestida de azul, admiración y ternura, el futuro. Fandiño mira a la vida y sonríe.

martes, 22 de abril de 2014

Fandiño, al otro lado del espejo




Aguantarse a sí mismo ante el espejo. Un león contra un león cada mañana, recién levantado, antes de que el agua pasee por los poros de la piel y la purifique del sueño. Mirarse así, desnudo, tan torero sin oro ni seda ni espada. Mírame. Estoy soy, esto quiero ser. Por cojones o por razones. O tú o yo. O los dos. Nunca ninguno.

Aguantarse así, a dolor vivo, sostenerse la primera mirada del día como si no hubiese más tiempo, como si no quedase calendario que quemar, ni campo, ni albero. Mirarse, reconocerse. El mejor amigo, el peor enemigo. Y ahí, detrás del espejo, tú o yo, peleando cada día como si fuera el primero, como si fuera el último, como si no hubiese ninguno más y aquí se dirimiese la cara y la cruz, crecer  y seguir creciendo y cortar a mordiscos un pedazo de gloria. Sin amigos ni colegas, con los muslos por delante, con esta carne fibrada que encuentra otra carne fibrada al otro lado del espejo, con el gesto orgulloso de quien no se doblega persiguiendo un sueño con los ojos bien abiertos.

Lidiar cada día con uno mismo, contra uno mismo, a cara de perro: esto soy, esto quiero ser, estoy voy a ser. Aquí, en la cicatriz, me reconozco. Aquí te ofrezco la paz y la guerra, aquí la vida, nunca la muerte. Acaso.

Y ser y estar. Saberse. Cerrar los ojos y reconocerse en el espejo, el toro más bravo, la embestida de uno mismo, contra uno mismo, el hierro más duro. Peleando contra una manada en el estómago. Un león contra un león. O tú o yo. O yo. Nunca ninguno. Y los demonios del toreo rondando en la cabeza, y las ganas, y la ambición, y echar el pie cada mañana sin mirar atrás, sólo al frente, a solas con uno mismo, sosteniendo la mirada de ese otro que dice que soy yo, que dice que es torero y lo rubrica tarde tras tarde, sí o sí, en el espejo redondo de la arena.

La piel húmeda, la barba recién rasurada. La camisa deslumbrante en blancura, el corbatín en su sitio. El pecho disparando adrenalina, el reloj en puntas rondando la hora y una última mirada, ahí te dejo, y echar el pie cada tarde sin volver la vista atrás mientras el otro te sigue los pasos y desaparece, esperando asomarse puntual en el regreso, aguantándote a ti mismo, un león contra un león.

Iván Fandiño al otro lado del espejo.




(La imagen es de Oksana Shapiro)

miércoles, 29 de enero de 2014

Más de lo mismo




De cuanto en cuando regreso a twitter a matar el mono de toros y de campo, de verano y plazas, de caricias de seda y faenas esculpidas en el albero. En busca del instante mágico, del recuerdo, de la afición, de la pasión, del veneno que nos sacude a todos los que amamos el mundo del toro.

De cuando en cuando pienso que existe un punto de encuentro, que todos somos conscientes del momento que vivimos, que en algún punto se impondrá la cordura y miraremos al futuro tirando del mismo carro.

Pero no. De cuando en cuando me asomo a la plaza imaginaria del mundo y veo más de lo mismo. Los mismos que nos echan de las plazas nos echan del twittendido o hacen de la pereza la consigna para no volver. Desahogados que le enseñan a las figuras cómo tienen que torear; talibanes que no conciben la fiesta más allá de sus gustos; faltones que piensan que sabe más aquel que más insulta; catedráticos de sillón que le dictan a los ganaderos cómo criar los toros en el campo. Comemeriendas que para ensalzar a unos pisotean a los otros. Envidiosos que si pueden te aplastan la cabeza porque eres más rubia o naciste más alto. Terroristas del android y de la tecla que vomitan sobre el vecino y sobre todo perro pichichi y se quedan tan anchos. Salvadores de la fiesta. Olé tus cojones.

A los figuras, porque son tramposos; a los modestos, porque son una mierda. A los anónimos, porque son cobardes; a los que dan nombre y apellido, porque son fantasmas y sólo quieren figurar. A los periodistas que viven de esto, porque son pelotas y no tienen ni puta idea; a los que medioviven engañados y no cobran, que son tuneleros; a los que están en la calle por cantar las verdades del barquero, que les mantienen a escondidas los de arriba; a los que no piensan como ellos, ignorantes y babosos. Tirios y troyanos zarandeando una nave que se hunde en una tempestad de largo recorrido sin que desde dentro del barco nadie haga nada por enderezar el timón.

Así nos va. Poniéndole puertas al aire. Acotando, tirando piedras contra nosotros mismos. Dándonos de leches por el minuto de gloria: yo sé más que tú. Como si no hubiera sitio para todos. A mí me caben los cárdenos y los coloraos; los que se fajan y los que se adornan; los de arriba y los de abajo; el norte y el sur; los silencios y los olés; el toro de Pamplona y mis añoradas tardes en El Puerto; mayo y Madrid, septiembre en La Glorieta. Admiro a los que paran el tiempo dibujando carteles y a los que me cortan la respiración con los cojones por delante. Artistas y gladiadores. Toreros todos. Escucho a los de la izquierda y a los de la derecha, a los que estaban y a los que van llegando. Respeto a todos los que se ponen delante, porque ellos son los que se juegan los muslos ahí abajo mientras los demás dictamos cátedra con el culo caliente en el tendido y el gintonic entre toro y toro. Sí, que soy de gintonic. De siempre. Mea culpa.

El debate es bueno, la crítica es buena y cada cual puede opinar y debe hacerlo, que para eso nacimos libres. Pero el debate no es la guerra, no es el "quítate tú para ponerme yo", ni la falta de respeto continua para defender lo que por encima de todo debiera ser un interés común, con independencia de los criterios de cada uno. Estamos en el mismo barco, o así lo entiendo.

Pero así nos va. Más de lo mismo. Matándonos de puertas adentro para que cuando entren en nuestro castillo redondo no quede vivo ni el Tato. Ya nos bastamos nosotros. Poniendo bombas bajo el tejado que nos acoge a todos, haciéndole más fácil el camino a quienes quieren terminar con una cultura milenaria y una pasión que, quiero pensar, debería unirnos, aunque cada uno la entendamos según nuestras sensibilidades. Por eso es arte, por eso es intangible y eterno.

De cuando en cuando me asomo y sólo veo, sólo leo más de lo mismo. Y me dan ganas de no volver más. Y mucha pena, porque pienso que nadie va a parar nunca esto, que estamos condenados a vivir a uno u otro lado de la frontera, la que separa a los salvadores de los apátridas. Y me siento en tierra de nadie, porque yo sólo quiero ser aficionada, porque sólo quiero mirar al futuro y mostrarle el camino a los que vengan y que cada uno crezca en la dirección que quiera, pero sumando.

Lo jodido del caso es que hoy todos vamos a estar de acuerdo porque pensaremos que estas letras van por el vecino. Por el que no tiene ni puta idea. Más de lo mismo. Más de lo mismo.

Así nos va. A hostia pelada. Tan mirándonos el ombligo que no necesitamos enemigos que vengan a cargarse esto. Ni figuras, ni empresas, ni prensa, ni antis, ni dios que los fundó. Ánimo, que vamos bien.



(La foto, de Las Ventas, es de cuadernosdeicaria)