martes, 22 de abril de 2014

Fandiño, al otro lado del espejo




Aguantarse a sí mismo ante el espejo. Un león contra un león cada mañana, recién levantado, antes de que el agua pasee por los poros de la piel y la purifique del sueño. Mirarse así, desnudo, tan torero sin oro ni seda ni espada. Mírame. Estoy soy, esto quiero ser. Por cojones o por razones. O tú o yo. O los dos. Nunca ninguno.

Aguantarse así, a dolor vivo, sostenerse la primera mirada del día como si no hubiese más tiempo, como si no quedase calendario que quemar, ni campo, ni albero. Mirarse, reconocerse. El mejor amigo, el peor enemigo. Y ahí, detrás del espejo, tú o yo, peleando cada día como si fuera el primero, como si fuera el último, como si no hubiese ninguno más y aquí se dirimiese la cara y la cruz, crecer  y seguir creciendo y cortar a mordiscos un pedazo de gloria. Sin amigos ni colegas, con los muslos por delante, con esta carne fibrada que encuentra otra carne fibrada al otro lado del espejo, con el gesto orgulloso de quien no se doblega persiguiendo un sueño con los ojos bien abiertos.

Lidiar cada día con uno mismo, contra uno mismo, a cara de perro: esto soy, esto quiero ser, estoy voy a ser. Aquí, en la cicatriz, me reconozco. Aquí te ofrezco la paz y la guerra, aquí la vida, nunca la muerte. Acaso.

Y ser y estar. Saberse. Cerrar los ojos y reconocerse en el espejo, el toro más bravo, la embestida de uno mismo, contra uno mismo, el hierro más duro. Peleando contra una manada en el estómago. Un león contra un león. O tú o yo. O yo. Nunca ninguno. Y los demonios del toreo rondando en la cabeza, y las ganas, y la ambición, y echar el pie cada mañana sin mirar atrás, sólo al frente, a solas con uno mismo, sosteniendo la mirada de ese otro que dice que soy yo, que dice que es torero y lo rubrica tarde tras tarde, sí o sí, en el espejo redondo de la arena.

La piel húmeda, la barba recién rasurada. La camisa deslumbrante en blancura, el corbatín en su sitio. El pecho disparando adrenalina, el reloj en puntas rondando la hora y una última mirada, ahí te dejo, y echar el pie cada tarde sin volver la vista atrás mientras el otro te sigue los pasos y desaparece, esperando asomarse puntual en el regreso, aguantándote a ti mismo, un león contra un león.

Iván Fandiño al otro lado del espejo.




(La imagen es de Oksana Shapiro)

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