sábado, 31 de mayo de 2014

Abellán, sangre y plata


De blanco y plata. Impoluto. Blanco y plata como tantas tardes blancas y plata. Así, blanco y plata, y después una tromba de fiereza sin concierto, el airón a la contra, el pitón buscando la carne, el pisotón en un riñón ya herido sin memoria de quirófano, el catéter silenciado, blanco y plata y nada más. Torero.

Sangre y plata en el pecho y el corbatín, y la cintura y los muslos. Sangre en la axila, puntazo; dolor, paliza, la conmoción, el silencio en los tendidos, ese silencio de respeto y acojone cuando un tío se la juega tan de verdad. Y el torero de nuevo en pie regresando a la guerra como quien vuelve al frente donde sólo cabe uno.

Miguel Abellán ahí, manchado de sangre, empapado del orgullo de quien quiere desandar los pasos hasta volver a rozar el cielo de Madrid, recuperar el chasquido de la gloria entre los dientes. Manchado de sangre pero impecable, creciendo, sosteniendo en su blanco y plata, sangre y plata, veinte mil almas que se pusieron en pie; tapando veinte mil bocas sin más danza que esa angustia que te mordisquea el estómago cuando el torero herido se levanta como un héroe de la mitología antigua, más allá de la razón, más allá de la naturaleza, más cerca de los dioses que de la carne y la tierra. Blanco y plata, y sangre y ofrenda.

Sangre y plata en el pecho, a pecho descubierto. La cara ensangrentada, la mirada perdida, la voluntad en el hoyuelo del mentón. La espalda tan blanca, blanca y plata, porque los toreros se echan la vida a la espalda cuando salen a la plaza y ahí, en la espalda, es tan liviana que no pesa y la pueden perder en el instante, olvidarla entre las astas de un toro, dejarla escapar por un boquete sin pedir permiso.

Así, blanco y plata, sangre y plata, del albero a la enfermería y de la enfermería al albero, contra todo pronóstico, torero mayúsculo, macho, crecido, haciendo verdad el prodigio del toreo cuando sale de las tripas. Oreja heróica y después el abandono de un cuerpo sin aliento, un hombre roto vestido de torero épico.

Blanco y plata, Miguel Abellán. Con el torso ensangrentado y la vida a las espaldas en la tarde en que Madrid se hizo bienaventuranza de toreros que se reivindican sin escatimar un centímetro de cuerpo frente a los pitones de las bestias. Tres tíos con dos cojones, dicho en cristiano.

Abellán, blanco y plata, salía empapado en sangre, dolorido. El tributo del héroe. Yo lo ví más blanco y plata que nunca, impecable, pañuelo con el que limpiar tanta mentira, tanta trampa.

Blanco y plata como el libro sin escribir de quien recupera su pasado y conjuga el futuro en todos sus tiempos, sangre y triunfo, el toreo sin tiempo.



(Contra la madrugada, a las 3.37 horas, mientras esto escribo, Miguel Abellán se encuentra en una UCI tras su paso épico por Las Ventas. La foto sangre y plata es de Álvaro Marcos, un descubrimiento; la imagen de la vida a las espaldas es del impagable Juan Pelegrín)

jueves, 22 de mayo de 2014

Hoy torea Morante


Me había prometido no escribir nada en San Isidro, seguir en el exilio del toro, la pantalla de plasma y el silencio. Pero hoy torea Morante. Y aunque hubiese incumplido la promesa y hubiese escrito antes -la muerte obliga, la sangre obliga, la dignidad obliga, el corazón manda- hoy hubiese vuelto como quien regresa al lugar donde ha sido feliz para cerrar los ojos y tocar el cielo. Sólo eso. Todo eso: tocar el cielo.

Hoy torea Morante. Y el Fino. Y el Tala. Cartel de reventón para los toros de Montalvo, los de Juan Ignacio, que en la pasada feria de Salamanca derrocharon bravura y clase hasta la emoción, esa que te penetra en los tuétanos y duele, y te corta la respiración y te empapa los ojos aunque no quieras. Esa emoción que se siente cuando un toro galopa, galopa y no se acaba, y no se acaba y repite, y se crece y hace surcos con los hocicos en la arena, tan noble, tan grande, tan bravo, tan dios entre todos los animales de la creación.

Esa emoción que aún siento cuando cierro los ojos, como los cierro ahora y recuerdo aquella tarde de septiembre en esa plaza con nombre de gloria, La Glorieta, mi admirado Javier al lado, vivir y torear, y el gintonic siempre, que no falte, dichoso gintonic, qué culpa tendrá el gintonic de tanto pinturero posturitas y repeinado, si a mí lo que me gusta es que el hielo me rasque la garganta, y primero me arda y luego la alivie mientras me pellizcan el alma desde la arena y se me rompe la voz en oles hacia adentro.

Me había prometido no escribir. Pero hoy torea Morante. Así, de espaldas, con el Fino, tan toreros, hombro con hombro, oro, plata, aire, esencia, como los pilló el ojo mágico de Juan Pelegrín, que tuvo que reventársele la cámara de tanto arte al lado, tanto genio, tanta poesía en las muñecas, en el trazo mágico de los capotes.

Hoy torea Morante. Y aquí estoy otra vez, esperando el milagro, rezando, cerrando los ojos, hilvanando mis latidos en un puro para que se lo fume esta tarde entre toro y toro, reposado, más allá de la tierra y del tiempo.

Hoy torea Morante y el corazón me golpea esperando las siete como una novia espera la hora del casamiento. Hoy torea Morante. Y aquí estoy, esperando como un niño la noche de Reyes, como un cofrade la madrugada del Viernes, como los discípulos la lluvia de fuego, la resurrección de la carne, lo eterno. Creo.

Hoy torea Morante, cosiendo en cada lance miles de corazones, abrazando la tierra, sembrando sueños en la arena, abrochándose el tiempo en la cintura, el mentón hincado, la incógnita, el compás, el verso.

Y aquí estoy, escribiendo, desandando la promesa, rezando sin biblia, esperando, pintando el cielo con los ojos cerrados, tocando el cielo de Madrid con los dedos. Soñando.

Tocando el cielo. Sólo eso. Todo eso. Aquí, esperando. 

Hoy torea Morante.

miércoles, 21 de mayo de 2014

¿Quién nos defiende?


Lo ocurrido ayer en Las Ventas y el fenómeno generado en las redes sociales debe marcar un antes y un después en la actitud y permisividad que hasta ahora hemos tenido los taurinos con determinados jumentos -el título de personas les viene grande- que para defender la vida del animal nos desean la muerte a los profesionales del toreo y a los aficionados.

Ocurría ayer mientras tres hombres, tres toreros, pasaban a la enfermería. Ayer, mientras David Mora estaba atado a la tierra por el invisible hilo que nos cose a la vida, las redes se incendiaron de mensajes de apoyo y admiración. Pero también a la vez, redes sociales y foros se saturaron de mensajes que constituyen un hecho delictivo en toda regla y que atentan contra la libertad, la dignidad y el derecho a la vida.

De todo lo vivido y leído ayer, me quedo con la voz alta, firme y clara de los taurinos, que cuando nos unimos podemos mover el mundo aunque por desgracia siempre andemos a la greña. También me quedo con los no taurinos que no compartiendo nuestra pasión mostraron sus respetos por los toreros que en esos momentos ponían sus vidas en manos de los médicos, ángeles de bata verde que se parapetan tras los burladeros y obran en milagro en los quirófanos.

Soy taurina. La libertad del país en el que vivimos y la ley me amparan para serlo. Soy taurina y no tengo que aguantar que nadie me llame asesina ni hija de puta; como la madre de un torero no tiene que aguantar que deseen la muerte a su hijo los que claman por la vida del toro. Veganos, animalistas y pseudoprogres de postureo a los que habría que meterles mano de alguna forma legal al menos para que cuando vomiten su veneno se lo piensen dos veces. Si se van a investigar las injurias contra la clá política, háganlo también con las que se vierten contra toreros y aficionados, personas de a pie, de forma impune por la red.

De su catadura moral no vamos a hablar, porque quien le desea la muerte a otro ser humano se retrata a sí mismo. Pero es hora de articular algún mecanismo de protección y respeto, de unirnos y exigir a la voz de ya que esto pare con los mecanismos legales que estén a nuestro alcance. Que den un paso al frente los expertos en la materia, que muchos habrá entre los millones de aficionados que somos. Basta ya de escupir mierda, basta ya de que la amenaza quede impune. No podemos consentir más insultos, más injurias, más salvajadas y menos cuando los sentimientos están a flor de piel y la vida de un hombre está en el precipicio.

Desde el respeto a la libertad de manifestación y de pensamiento, no podemos consentir más concentraciones junto a las puertas de las plazas mientras las fuerzas del orden se los rascan a cuatro manos con la desprotección que ello supone para quienes vamos a ellas. No podemos consentir tanto anónimo que atenta contra nuestro derecho a decidir y a ser taurinos.

Somos taurinos, ciudadanos de primera que pagamos nuestros impuestos como los demás, que pagamos por ir a las plazas, que no robamos ni engañamos a la ciudadanía y que además engordamos las arcas del Estado con la segunda actividad económica más importante de España, que para nosotros es mucho más que una cuestión de cifras porque nos corre por las venas y nos hace galopar el corazón.

Somos personas, hombres y mujeres, profesionales del toreo y aficionados. Hombres, personas, con derecho a la vida, muy por encima de los derechos de cualquier animal, y lo dice quien daría su propia vida por cualquiera de los bichitos que conviven en mi casa sin los que mi día a día no sería ni parecido.

Respeto para todos y libertad. Esas son las normas que nos rigen y aquí o jugamos todos o se rompe la baraja. Y si no, que sea el propio Estado, el propio sistema el que disponga de abogados de oficio contra delitos de este tipo, al igual que se ha hecho con la clase política o con las recientes consignas antisemitas. Yo firmo, díganme dónde.

Aquí cabemos todos. Taurinos y no taurinos. Ese es el precio de la libertad y la pluralidad, de la democracia.

Y al que no le guste, que se apee y deje de amenazar, despreciar la vida ajena y dar por culo a los demás.


(Y por testigo pongo este cielo de Madrid sobre Las Ventas captado por la cámara mágica de Juan Pelegrín, donde hoy a las seis los aficionados se concentran por la dignidad y el derecho a ser taurinos. Que nada, nunca, nos haga callar.)

martes, 20 de mayo de 2014

Lágrimas

(Para David Mora, Antonio Nazaré y Saúl Jiménez Fortes, tres héroes del siglo XXI)



Sé que el toreo también es esto: tres toreros en la enfermería cuando sólo han salido por chiqueros dos toros. David Mora, Antonio Nazaré y Saúl Jiménez Fortes están en estos momentos en manos del equipo médico de Madrid. Tres toreros heridos. Tres héroes.

Sé que el toreo es esto, pero ellos a veces lo hacen tan fácil que se nos olvida que son hombres, carne y hueso, tejidos, aunque así, heridos, cobran su auténtica dimensión de héroes. Esa dimensión que con tanta facilidad olvidan los que van de sobrados en el tendido, como un hijo de su madre que le acaba de comentar a una amiga, con el culo pegado al cemento, tan desahogado él, que el segundo, de Los Chospes, se va sin torear. Con tres tíos en la enfermería. Váyase usted a mamarla, mire, así sin contemplaciones.

Sé que el toreo también es esto y también en esto reside su grandeza, cuando la adrenalina se dispara hasta tal punto que duele, que te exprime el corazón como si te lo estuviesen apretando con puño de acero, que te corta la respiración como un hacha, sin compasión.

Sé que el toreo es esto pero no puedo dejar de llorar de emoción, angustia, miedo, admiración, respeto.  No puedo dejar de llorar ante esta grandeza de ofrecerse entero, de ofrecerse en canal sin guardarse nada, ni siquiera la vida. Tres toreros, tres, están ahora en la enfermería. Heridos, pero más cerca de los dioses que de los hombres.

Sé que el toreo es esto pero hoy, por no tener, no tengo siquiera palabras. Sólo lágrimas que empapan el teclado, que se me caen sin querer o queriendo a raudales. Sé que el toreo es esto, pero escribo con los dedos flotando sobre el teclado, con la garganta pegada, con las tripas cosidas porque mi mente aún no asimila tanta verdad, tanta crudeza, esta certeza de que la vida y la muerte residen en el filo del instante, ahí al lado.

Sé que el toreo es esto. Con el corazón en un puño, con los ojos bañados, en caliente, con el corazón galopando aún, sé que el toreo también es esto. Por eso es tan grande y tan incomprensible.

Tres toreros, tres, están ahora mismo en la enfermería. Tres héroes del siglo XXI que me empujan a seguir creyendo en la verdad descarnada de cada tarde, en el milagro, en esta emoción inexplicable, inabarcable que me aprisiona en lágrimas sin orden ni concierto.

Sóis héroes, tan inalcanzables. Y ante vuestra sangre sólo puedo ofreceros mis lágrimas.

Lágrimas que duelen, que no curan, que no borrarán nunca el recuerdo de esta tarde.

Sólo lágrimas.


(pd: Por política del blog y por respeto me niego a subir ninguna foto de un torero herido. Aquí no hay sitio para el morbo, el dolor y la memoria ya los llevamos dentro. Hoy los toros serán noticia.)
.
(La foto es de Juan Pelegrín. Las cuadrillas abandonan Las Ventas con los tres matadores en la enfermería. Sin palabras)

Luto por un torero

Que esto no es coña. Que esto no es de mentira, ni tiene trampa. Que los toros, milagros de la cirugía aparte, siguen matando. Que los toros siguen abriendo las carnes, las venas, destrozando corazones. Que aquí no hay trampa ni cartón.

Que los toros llevan la muerte escrita aunque los toreros les miren de frente a los ojos, porque sólo así conocen el camino a la gloria, ese querer ser, ese veneno que a veces cuesta la misma vida, porque es la misma vida lo que ofrece todo aquel que se pone delante. Y así, mirando a la muerte de frente, moría ayer en Méjico Luis Miguel Farfán, veinticuatro años en canal, tanta vida.

Que esto no es coña. Que un tío, un niño apenas, de 24 años ayer entregó sus máximos galones, su propia vida, a la gloria de los toreros eternos. Aquí muchos ni lo conocíamos. Esto es así de duro y de pedregoso. Esta es la sombra, la cruz. Esto es lo que te hace clavar las zapatillas en la arena de la vida. Una plaza de mala muerte, pocos medios, la tragedia sobrevolando, la muerte que siempre espera el momento sin anunciarse, tan en silencio, dos pitones, un tacabazo y el precipicio.

Se llamaba Luis Miguel Farfán. Veinticuatro años. Yo no sabía quién era, pero tengo el alma encogida pensando en ese pecho reventando, en ese boquete por donde escapaba la vida, en esa sangre empapando la arena y la sábana, nublando los sueños, apagando para siempre la sonrisa, la caricia, el futuro; en ese dolor que brota de las entrañas de una madre, en esos trajes seda y oro que ya nunca pasearán por el redondel de los sueños.

Se llamaba Luis Miguel Farfán. Gloria a los toreros eternos.


(Este blog hoy guarda luto por un torero. La ilustración se la he cogido a mi amigo Milinko)

miércoles, 14 de mayo de 2014

Fandiño mira a la vida


Salió por los aires de la puerta grande de Madrid, en volandas, sobre sus sueños. Salió por los aires, encunado, al matar al quinto a cuerpo limpio, ofreciendo todo lo que tenía, la misma vida, resecando las gargantas, apretando los corazones, disparando la adrenalina.

Hoy, cuando todos hablan, debería callar quien tantas veces ha cantado que Iván Fandiño tiene pasta de torero fiero, vertical y con redaños. León Fandiño. Un torero que apostó por la guerra en vez de la paz y que ayer se ofreció entero porque no quería salir a pie una vez más pisando la arena venteña, él que tantas veces ha acariciado con la yema de los dedos la textura del cielo, ese cielo que sólo tocan los toreros cuando Madrid los encumbra y los alza sobre sus hombros.

Tarde épica de toros encastados y torero de casta, de embestidas y gestos, de desprenderse hasta de la propia vida en pos del sueño, del milagro, de la gloria. Sí o sí.

De todas las fotos, de ayer, del héroe sin muleta, de los naturales profundos y los derechazos mandones, de la fuerza que emana por los poros del de Orduña, ese rayo que no cesa; de su ambición, de su querer ser, de su reivindicarse constante, me quedo con esta imagen de Juan Pelegrín. El ladrillo rojo a la espalda, en cielo por techo, el gentío aún encendido, conmocionado. Iván de Orduña tocando lo azul.

Fandiño, a hombros por la puerta grande de Madrid, sonríe a una niña después de mirar a los ojos a la muerte sin pensárselo. La niña toca con su manita al héroe de carne y hueso, un pedacito de historia del toreo en Madrid.

Fandiño, el hombre, se aferra a la vida vestida de azul, admiración y ternura, el futuro. Fandiño mira a la vida y sonríe.