sábado, 2 de mayo de 2015

De Aguascalientes al mundo


José Tomás regresa hoy a Aguascalientes, la plaza donde casi pierda la vida hace cinco años, convirtiendo la arena hidrocálida en el epicentro que sacude los cimientos del toreo. Hoy cualquiera de nosotros daría lo que tiene por estar allí y ser testigo de la resurrección, del milagro. El hombre, el torero, en pie; con una pierna un tanto mermada, la memoria de la carne y de la sangre. Pisando la tierra que pudo ser su última tierra. Alimentando el mito.

No es su hermetismo, ni que ponga su carne donde los demás ponen la muleta, ni que escarbe el centro de la tierra cuando baja la mano, ni que vacíe el alma en cada muletazo. No es el aura de mesías que le ha dado ese gentío que descubrió su toreo como si fuese una revelación mucho después de que algunos, también muchos, le viésemos torear cuando hacía temporada de plaza en plaza como apóstoles primigenios conscientes del encuentro con un genio sin tiempo. Porque José Tomás no es un genio del siglo XX, ni del XXI. Los genios no tienen tiempo, no tienen época. Sólo leyenda y eternidad.

Después vinieron los sonetos de Sabina y el esnobismo de aquellos que no habían pisado en su puta vida una plaza pero te encontraban a la salida y te recitaban un teorema aprendido de corrido como el padrenuestro, su análisis enciclopédico, teórico y cargado de tópicos de algo que ni entienden ni conocen: que si este tío es la hostia, que si los terrenos del toro, que si el valor seco, que si el toreo horizontal, que si busca que le mate un toro en la arena... que si su puta madre, oiga; que a mí no me venga a dar la plasta.   

Mientras, algunos salíamos empapados de emoción, alma y misterio, ese misterio que siempre le envolvió antes de que fuese un fenómeno social, una máquina de devociones sin sentido y millones de euros sin duda tan necesarios para la tauromaquia, pero tan alejados de esa grandeza que no necesita palmeros ni aplaudidores, ni pelotas ni voceros, sólo silencio, silencio y rezo, sin testigos, para uno mismo. Ese toreo que te hace temblar entera por dentro por su verdad, tan descarnado, tan sabio y tan profundo, surgido de la misma tierra. Ese toreo que se siente en las tripas, en la garganta, en el corazón al galope, en la tensión de los músculos, en el silencio reverente de unos tendidos absolutamente noqueados. Sólo el heroísmo de quien se ofrece entero en la plaza y a puerta cerrada porque es su manera de entender la vida. Porque vivir sin torear no es vivir.

José Tomás regresa hoy a Aguascalientes. En España serán la una de la madrugada, como aquella madrugada en que algunos regresábamos de copas y nos quedamos toda la noche en vela pegados al ordenador con el corazón en un puño porque el torero y el mito se nos iba en sangre después de aquel encuentro con Navegante. Aquella noche de colas en la puerta de la enfermería para donar sangre mientras en el ruedo quedaba un reguero de ocho litros; ocho litronas de cerveza, cuatro cocacolas grandes, un bidón y pico de agua, un par de cubos de plástico, unas latas de refrescos. Ocho litros, poco más. Ocho litros que eran un océano que mantenía separadas dos orillas, la vida y la muerte, Méjico y España, el filo invisible de la muerte acariciando en las ingles. Noche de vigilia en España con el alma pegada a las puertas de un quirófano.

José Tomás regresa este dos de mayo a una plaza donde se venden libros y carteles para sus devotos como quien acude a Tierra Santa en busca de vestigios de la vida del Cristo, reliquias de aquel día que pudo cambiar la historia del toreo. Hoy en Aguascalientes se sacuden los cimientos del mundo taurino, de la profunda emoción de quienes un día le seguimos de plaza en plaza y el fanatismo de miles, millones de esnobistas que le siguen a golpe de talonario porque alguien un día les dijo que era un genio sin tiempo, único e irrepetible. Y eso se paga. Tanto tienes, tanto vales. Será que soy pobre, lo siento: les detesto.

Si el regreso de José Tomás se hubiese emitido hoy en una cadena de televisión, hoy el mundo de la comunicación hubiese petado. España y el mundo taurino seguirían en vela como aquella noche de vigilia, ahora desde la alegría de ver al héroe regresar al lugar de los hechos. Es sólo la opinión de una periodista de provincias en el dulce exilio taurino, pero es la mía: hoy el mundo, todos aquellos que le admiramos sin fisuras, bien valíamos unos derechos de imagen galácticos para ser testigos del momento, de un pedacito de la historia del siglo XXI. Hoy las cámaras de televisión deberían estar en Aguascalientes, desde Aguascalientes al mundo.

Los dieciséis millones de euros que se calcula generan el regreso del dios de Galapagar se multiplicarían hasta el infinito. Se taparían miles de bocas que claman contra esto. Se cargaría de razones a la televisión pública para retransmitir unos festejos taurinos que se comprometieron a emitir pero que han quedado en una corrida y una encerrona en cuatro años de pasotismo absoluto y tomadura de pelo a todos los aficionados, que nos callamos, decimos amén jesús y acudimos a canales de pago para ver las ferias. Porque somos miles, millones, que mantenemos el silencio de los corderos. Amén, amén.

Siempre he respetado al torero, sus razones, su reivindicación, su pulso contra todo lo establecido. Eso le hace aún más grande a mis ojos. Siempre he admirado su dignidad para alejarse de los mangoneos de los despachos, ese no querer ser carne de cañón para que unos cuantos usureros se forren a costa de sus muslos. Pero José Tomás hoy regresa a Aguascalientes y la plaza tiene un aforo que reventaremos millones de almas y de deseos.

Hoy el mundo del toro pierde una magnífica oportunidad de reivindicarse, de vocearle al mundo que existimos, que somos millones, que miramos al futuro; de celebrar en nuestra vigilia el regreso de un torero sin tiempo, de un genio con el que hemos tenido la infinita suerte de convivir. Eso también es defender la tauromaquia. Y lo necesitamos como el comer, como necesitamos su regreso, el soplo de vida que esta madrugada barrerá la arena del planeta cuando suenen los clarines en Aguascalientes y vivos y muertos se pongan en pie para rendir pleitesía al héroe.

Suerte, MAESTRO.


(La foto, tan rotunda, es de la maravillosa Anya Bartels-Suermondt, que guarda la esencia de su alma en blanco y negro. Esta noche, Rosa Jiménez Cano, nos debes mil y un tuits desde Méjico lindo y querido. Te quiero como siempre, te envidio como nunca)

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