sábado, 29 de agosto de 2015

Diego Dignidad Urdiales, Rioja y oro


Bilbao rugiendo con la voz ronca de la emoción y un torero, Diego Urdiales, llorando en el ruedo. Bilbao entregada, testigo por fin de una verdad tan brutal que escribo ahora quebrada, vencida, como si hubiese corrido por todo el mundo sin deternerme siquiera a beber.

Urdiales llorando en el ruedo, Rioja y oro, después de rompernos por dentro, de dispararnos las emociones y detener a su antojo los relojes sin horas. Después de hacer verdad lo que los demás solo sueñan: el toreo eterno, sin tópicos, desnudo y profundo como un filo que hurga en lo más hondo sin sangre y sin herida.

Urdiales vaciándose con un tacazo de Alcurrucén después de acariciar miles de corazones en su muleta, abandonándose, con la historia y la memoria en sus muñecas y todo lo demás -el futuro al fin- sobre los hombros, en los poros, en la cabeza, en el pelo, en las manos. Urdiales torero de cuerpo entero, la clase y la cadencia, entregándolo todo como si no hubiese más tardes ni más días ni más plazas, Rioja y oro, dejándose la piel y el alma en su Bilbao de arena negra y cielo azul, cielo de puertas abiertas.

Diego Urdiales resucitando la voz antigua del toreo sin tiempo, la métrica clásica, la poesía, robándome las palabras, arrancándome lágrimas que queman como si fuesen las primeras, si son las primeras después del dolor de la muerte vivida, incrustada en las carnes y en el alma. Lágrimas que limpian por dentro como si fuesen lluvia que todo lo calma, que todo lo alivia, que tiene que empapar la tierra para que sea verdad la primavera aunque se llame agosto, Rioja y oro, Bilbao.

Lágrimas que compensan tanta injusticia, tanta sordera y ceguera en los despachos, cerrados a golpe de mamoneo para quien se sabe y se reivindica torero sin recorrer el túnel maldito, sin tragaderas ni servidumbres, sin agachar la espalda ni la frente. Diego Dignidad Urdiales. Rioja y oro.

Lágrimas negras acaso porque negra es la arena de Bilbao, erigida hoy en peana de un sueño acariciado tan de largo que escribo sin palabras porque este sueño no termina, ni se acaban estas lágrimas que no sé si son negras, pero son y duelen de pura emoción. Lágrimas que escriben una lección de tauromaquia y de vida, tanto recorrido, tanto luchado, tanto sufrido, tan pocos pero buenos amigos cerca, en la pureza del retrato de carne, hueso y alma, más allá del torero. Lloro, soy con vosotros, somos contigo.

Lágrimas acuñadas en mi salón a cientos de kilómetros de Bilbao rugiendo, en mi abono de Plus sin palco de invitados ni vecinos de tendido ni micrófonos ni postureos escribiendo a raudales como ahora escribo sin puntos ni comas ni frases ni concierto ni orden, el mundo patas arriba, mi corazón al galope, los ojos cerrados, las espadas en lo alto, el toreo desde las tripas, desde dentro, la música, la arena negra, Rioja y oro, Diego Dignidad Urdiales tan grande, tan sin mentira.

Y asi, vacía y rota como si hubiese corrido por todo el mundo sin siquiera beber, regreso a mi exilio de periodista sin tribuna, brindado en la copa de mi vida con la sangre tinta y oscura de la cepa a tu salud, acción de gracias, vino bendito, bendito seas Diego.

Bilbao rugiendo y un hombre llorando en la arena. Un torero.

Diego Dignidad Urdiales, Rioja y oro, abriendo la puerta grande, tocando el cielo inmenso de Bilbao, rubricando el sueño.