jueves, 29 de septiembre de 2016

CASAS, EL GRAN DIRECTOR DEL TOREO


Simón Casas cierra los ojos en la penumbra como un director de orquesta en el foso de un teatro antes de iniciar un concierto, mientra los músicos afinan sobre el "la" del concertino y se hace el silencio en el patio de butacas. Miles de ojos clavados en su nuca, el peso de los siglos en las muñecas, en el gesto de las manos, los latidos, las emociones en los matices. El silencio.

La cámara de mi amigo Álvaro Marcos lo atrapó así: como un director concentrado sobre la partitura a punto de tomar la batuta, los ojos cerrados, la respiración contenida antes de marcar los tiempos y alzar la mano para sostener la magia. En la penumbra, con el rostro iluminado por la luz tenue del atril, en el silencio interior que precede a cada batalla, a cada concierto, a cada tarde de toros.

Tal vez Simón Casas se sienta ahora así, como ese director en el foso del teatro antes de dirigir la sinfonía de toro y torero en el teatro más importante del mundo, en el escenario redondo de Las Ventas, con el peso de la primera plaza del mundo sobre las manos, con millones de ojos clavados en su nuca y en sus gestos, pendientes de los matices, de la afinación, de la lectura que haga sobre la eterna partitura del toreo.

Como Solti interiorizando a Mozart y su requiem misteriso, como Harnoncourt masticando a Monteverdi, como Karajan antes de Beethoven. Simón Casas cierra los ojos en la penumbra y respira, toma aire, siente, sabe la música en sus carnes. Ahora hay que echarla al mundo.

Vendrá después el silencio sobre los tendidos de Las Ventas y el invierno trasladará al otro lado del Atlántico la música de cada domingo, el eco de las ferias, el runrún de los aficionados, el coro de oles y broncas que aguarda una nueva temporada, la partitura coral de miles, millones de aficionados. Y esperaremos la luz de la primavera, los días más largos, el tiempo de la Pascua para que alce la mano y comience a sonar esta música antigua que trae ecos nuevos, nuevos deseos y una afinación distinta, que suena a esperanza, a compromiso.

Nunca antes nadie había clavado tan bien a Simón Casas en una foto. Nunca antes lo había visto, percibido así, como ahora lo percibo en esta foto. Como un director de orquesta ensimismado, con los ojos cerrados, casi rezando, respirando, tomando impulso. Como un soñador a punto de subir al primer escenario del mundo.

Bienvenido.


(La foto, increíble, mágica, es de Álvaro Marcos)

sábado, 17 de septiembre de 2016

LAS MANOS DE PACO UREÑA



Paco Ureña toreó con la zurda en Madrid unos naturales que aún no se han acabado, el alma desgarrada, el cuerpo quebrado, abandonado, rendido.

Cierro los ojos y lo veo así, roto, abandonado, con los pies descalzos clavados en el suelo y las lágrimas, la emoción de quien sabe que está firmando una de las faenas que le acompañarán toda su vida después de soñarla en noches en blanco, la libreta en blanco, el teléfono sin sonar.

Cierro los ojos y vuelvo  vibrar como aquella tarde en que el mundo del toro descubrió el prodigioso toreo que atesora el chaval de Lorca, el mismo que con sus manos ha cavado la huerta familiar cuando apenas podía imaginar que el sueño del toreo eterno se cumpliría por esas mismas manos. Dicen que era muy bueno con las sandías.

Las manos de los toreros son como un mapamundi de cinco continentes, cinco dedos, y el cielo en las yemas, donde a veces baila el mundo. Manos que someten y acarician, manos que sostienes miles de almas, emociones y silencios, manos que sujetan los miedos y desbordan las pasiones cuando dibujan con trazo misterioso la senda del muletazo perfecto.

Manos que matando dan vida, manos que cuando se lavan con agua no se desentienden como Pilatos sentenciando desde el silencio, sino que se preparan para la ofrenda, para ir con las manos limpias al encuentro de la muerte o de la gloria.

Las manos de Paco Ureña recibían hace diez años los trastos de las manos de su padrino y el mundo ganaba un torero que roto en su cintura, la muleta lamiendo la arena, nos ha ganado por las manos.

Las manos de Paco Ureña tienen raspones en los nudillos de tocar el suelo y conocen el tacto del cielo cuando lo acarician sobre los hombros de los mortales.

Las manos de Paco Ureña aprietan fuerte en el saludo, acarician en el abrazo, están siempre abiertas y limpias como un corazón abierto y limpio en sus diez dedos, en sus diez mandamientos del amor.

En tus manos de torero, Paco Ureña, en tus manos llenas de verdad entrego mi espíritu.

Felicidades.


(A Paco Ureña en su décimo aniversario como matador de toros. La foto, tan preciosa, es del gran Álvaro Marcos)