miércoles, 19 de octubre de 2016

ANTIHUMANOS. INHUMANOS


Contemplo, entre el estupor y el horror, la depravación a la que son capaces de llegar aquellos que dicen amar a los animales (humanos y no humanos, como especifican en un perfil de Facebook) hasta el punto de convertirse en animales inhumanos.

Animales inhumanos capaces de poner a un bebé en una fuente de un horno junto a un cochinillo (otro bebé con el que no hay diferencias, según postulan) hasta el punto de que me pregunto si el Defensor del Menor, las asociaciones Pro Vida o la aplicación de los simples derechos humanos no tienen nada que decir al respecto de quienes ofrecen a un cachorro humano en una fuente de comida.

Animales inhumanos, depravados, que en su "defensa" de los "animales no humanos" llegan a festejar la muerte de un torero en el ruedo, a desear la muerte de un niño enfermo, a amenazar en las redes a sus familias y a equiparar a un cochinillo con lo más tierno que hay en el mundo, un bebé, un niño, un cachorrito humano.

El partido PACMA -que ha manipulado hasta ahora las redes y los medios de comunicación como le ha venido en gana sin que nadie desmontase sus argumentos- y las organizaciones de protección de los animales (cuya labor es encomiable, dicho sea de paso) deberían explicar de una vez que su filosofía se refiere exclusivamente a la defensa de los animales y desvincularse claramente de estos animales inhumanos. Repudiar, aislar y denunciar a estos "inanimales", porque con estos sujetos son los propios animales los que marcan las diferencias. Porque los animales a sus cachorros los protegen con uñas y dientes de todo mal; porque los animales cuidan a los de su especie y luchan por su supervivencia. Porque los animales llevan desde el principio de los tiempos garantizando el equilibrio natural. Porque los animales no son capaces de urdir tales aberraciones.

Si los "defensores de los animales" no repudian a estos depravados continuarán dando alas a estas teorías del esperpento que algunos creen a pies juntillas y protagonismo a auténticos majaderos. Y me consta que no todos están en el mismo saco, que son muchos los antitaurinos que no comparten esa hoja de ruta y sin saberlo les están dando cancha.

Animales inhumanos que tratan de "esclavos" a los cerdos, de explotadores a los ganaderos, de víctimas a los peces, de ladrones a quienes le "robamos" la leche a los terneros o que consideran que un banquete con carne es un "funeral animal". Majaderos que se erigen en gurús del reino animal y vienen dando lecciones de moral desde una visión tan pervertida de lo humano que dan pavor.

Estos depravados son los que campan por las redes. No son antitaurinos, son antihumanos, inhumanos. Estos depravados, subvencionados desde países como Suiza, Holanda o Estados Unidos, son los que han roto la convivencia y el respeto, la tolerancia, la razón y el equilibrio de una sociedad que hasta ahora ha transigido por omisión con sus barbaridades y se ha hecho eco de sus mentiras y manipulaciones, primero con lo taurino, después con la caza, también con la pesca; después con el consumo de leche y de carne, con el desarrollo del mundo rural, en definitiva, y sobre todo con la dignidad humana. Alguien los bautizó con el "Reich Animalista".

La ley no puede seguir haciendo oídos sordos a estos dislates, a estas teorías de lo absurdo, a esta inversión y perversión de los valores morales y sociales.

Porque sí: sí hay diferencia entre un bebé y un cochinillo, entre un ser humano y un lechón. Los propios animales, que matan por sus crías, que defienden a su especie, marcan esa diferencia a mucha distancia de ellos, que las imaginan en un horno, que les desean la muerte.

Antihumanos. Inhumanos.

martes, 11 de octubre de 2016

ADRIÁN, EL PEQUEÑO GRAN MILAGRO DE LA VIDA



Se llama Adrián y tiene ocho años. Es el pequeño milagro de la vida, del toreo. Un niño de ocho años que lucha contra el cáncer, que quiere vivir como los demás niños. Ser un niño sin quimio ni hospitales, sin operaciones ni sondas ni cicatrices ni las mil putadas que incluye un tratamiento para ganar este cara a cara, para lidiar este toro tan negro, tan doloroso, tan imprevisible.

Quienes no han tenido de cerca la puta enfermedad o quienes no la han vivido en sus carnes no saben de lo que hablo, no conocen la trastienda del dolor y de la impotencia ni la fuerza de la fe y de la esperanza. Tampoco hace falta saberlo para desearle a un niño de ocho años que viva; que viva rabiosamente, que venza, y que el día de mañana se vista de futbolista o de torero. Simplemente eso: que viva, que sonría, que se cure.

Se llama Adrián y tiene ocho años. Aunque su cuerpecito aguantó el martes una sesión de quimio, tuvo fuerzas para sonreir y dar ocho vueltas al ruedo el sábado en Valencia. Para salir a hombros de un grupo de toreros que se hacían pequeñitos con el ejemplo del pequeño gran Adrián, ese luchador rubiajo al que hemos visto con su cabecita pelada pegar pases en la habitación de un hospital. Ese pequeño luchador que solo sueña, como los niños de ocho años. Que solo juega, como los niños de ocho años, unos con el balón, otros con un volante, otros con una muleta, otros con la consola.

Se llama Adrián y es el pequeño milagro del toreo y de la vida. Es un milagro que se pone en pie cada día y que olvida en cada sonrisa los vómitos, las lágrimas, el miedo, lo caro que cuesta levantarse y abrir los ojos.

Es un milagro que une y fortalece al mundo del toro, capaz de mover con esa sonrisa miles de corazones, miles de deseos, y crear un torrente protector, amoroso, porque nada hay más bonito, más limpio que la sonrisa de un niño. Porque cada piedra de sinrazón y de bilis que arrojan contra un niño, contra la dignidad humana, fortalece nuestras paredes y reafirma nuestros cimientos.

Se llama Adrián y vive y sobrevive ajeno a un mundo que se ha vuelto loco, que tiene sus más elementales valores patas arriba, que alimenta un odio enfermizo que da pavor. En su mundo de ocho años solo caben la esperanza y los sueños, los juegos, los deberes, el recreo; no debería haber siquiera lugar para los hospitales, los pasillos, las esperas, los pinchazos, las analíticas, las bajadas de defensas, los quirófanos, el dolor, el miedo. Y aunque él conoce bien todo esto sonríe y mira de frente a la vida. A veces la muerte es más humana que los hombres y se retira cuando se siente vencida. Y ese deseo es el que incendia las redes con las llamas de miles, de millones de corazones. Te vas a curar, Adrián. Te vas a curar.

Ese es el gran potencial del mundo del toro que aún tenemos que creernos, que aún tenemos que poner a funcionar para que se respete la dignidad, el derecho a ser y a elegir de cada persona.

Se llama Adrián. Juega, sueña, quiere ser torero. Quiere ser. Es el pequeño gran milagro de la vida.